El futuro del chavismo
Habida cuenta de que la tercera parte de la renta nacional venezolana y alrededor de la mitad de los ingresos gubernamentales proceden del petróleo, no hace falta ser un lince para adivinar que la suerte de Hugo Chávez –como ocurrió con la de sus predecesores– está en manos del precio del crudo. Cuando Hugo Chávez llevó a cabo su primera intentona golpista, en febrero de 1992, el oro negro venía de perder el 50% de su cotización en poco menos de un año y medio. Cuando ganó las elecciones de 1999, el barril de petróleo no alcanzaba los 15 dólares.
Desgraciadamente, desde que Chávez llegó al poder, el petróleo ha multiplicado su precio por cuatro. Tal aluvión de dólares ha convertido a lo que no hubiese pasado de ser un demagogo iluminado en un peligroso megalómano con recursos suficientes para influir decisivamente en toda América Latina. El grifo petrolero ha permitido en el último par de años sufragar las elecciones de Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador, amén de haber estado a un paso de colocar a López Obrador y a Ollanta Humala como mandamases de México y Perú, respectivamente; los petrodólares de este antiguo militar golpista engrasan una inmensa maquinaria de agit-prop por todo el mundo y hasta aspiran a prolongar el castrismo, cuando el tiranosaurio ya ha enfilado el camino del cementerio.
El cuadruplicado precio del oro negro también ha permitido la política de "pan y circo" con la que apuntalar la base social y electoral del chavismo, costear las milicias roji-pardas "bolivarianas" y hasta dar viabilidad por un tiempo a los controles de precios que Chávez decretó en 2003 (subvencionando a productores, financiando importaciones...).
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